Es el hombre más respetado de la comunidad gitana de la capital y el formador de arregladores más respetado de Castilla y León. Su nombre es Hipólito Fernández, aunque todo el mundo le conoce como el tío Marchena. El patriarca, a sus 70 años, se prodiga poco por los medios de comunicación y su trabajo, aunque poco conocido, ha servido para que centenares de familias solucionen sus problemas sin llegar a las manos. Pero, ¿quién soluciona los suyos?.
Al tío Marchena le quita el sueño desde hace semanas un asunto en particular, el suyo propio. Y eso no es fácil en un veterano que lleva décadas impartiendo justicia calé aquí y allá. «Para mí ha sido algo muy fuerte y no quiero denunciar a nadie, pero sí contarlo», introduce. Es un caso de aparente racismo con el propio Hipólito como protagonista. «Mi hijo tuvo problemas con su casa que me obligaron a hipotecar la mía y a venderla para comprar otra, pero le tuve que acoger mientras le buscaba un piso de alquiler», explica.
Parecía una tarea sencilla y padre e hijo se pusieron manos a la obra visitando hasta tres agencias inmobiliarias distintas. «Vimos algunos casas y nos gustó una en concreto», recuerda. Hasta aquí todo iba bien y el futuro inquilino acudió con su mujer a visitarla. «Costaba 350 euros al mes y teníamos que adelantar dos fianzas, pero nos pareció un precio razonable que podíamos asumir y mi hijo me pidió que fuera a verla también antes de firmar el contrato». Y ahí se complicó la operación.
«La culpa la tuve yo, lo reconozco, porque no tenía que haber ido», asume Marchena, quien considera que fueron precisamente sus marcados rasgos gitanos -«la verdad es que mi hijo parece menos gitano que yo», aclara- los que hicieron que la dueña se echara para atrás. «Íbamos a entrar y vi cómo una vecina me miraba y se daba media vuelta y ahí pensé: ¡Vaya, la hemos liado!», lamenta.
Convivencia y respeto
Con el acuerdo cerrado y el dinero sobre la mesa, la propietaria de la vivienda acabó por rechazar la oferta. «No quiero dar nombres ni lugares y tampoco pretendo perjudicar a nadie, pero este gitano Marchena sólo pide que no haya tanto rechazo hacia nosotros de entrada porque somos tan buenos vecinos como cualquier otro».
El 'tío' más respetado de la comunidad gitana, formada por más de diez mil personas en la ciudad, destaca que «nosotros -por los arregladores- tenemos la labor de evitar conflictos y por eso colaboramos con el Estado y con todo el mundo, pero luego te encuentran con esto,...». Añade Marchena que en los últimos días le cuesta «hasta dormir por las noches sólo de pensarlo» y resalta que «la convivencia no es sólo de los gitanos hacia los payos sino también de ellos hacia nosotros es lo más importante y en esta ciudad creo que hemos avanzado mucho estos años».
Lo que no puede entender el mediador es que «a estas alturas del siglo XXI todavía estemos así cuando ahora hemos logrado que todos nuestros niños estén escolarizados y que convivan con los payos, pero todo esto no sirve de nada si luego no podemos ni alquilar una casa». Otro patriarca, Ramón Salazar, 'Jani', el presidente de la Federación de asociaciones gitanas de Castilla y León, asegura que «nosotros intentamos siempre no entrar al trapo cuando nos discriminan por la calle o en un bar porque no podemos saltar siempre» y matiza que, aunque «en esta ciudad no hay casos dramáticos de racismo, sí hay todavía rechazo».
En su propia ciudad
El propio Marchena ahonda en que parece «que para algunos payos un gitano es culpable hasta que se demuestre lo contrario» y lamenta cómo lleva «muchos años tirando de nuestra comunidad y formando mediadores y nunca podía esperarme que en mi misma ciudad -el nació en Pajarillos cuando en aquel barrio 'sólo había dos casas'- me ocurriera esto».
El arreglador cree que «todos tenemos derecho a vivir en una casa sin que nos rechacen por nuestro aspecto». El 'tío' sentencia: «Lo único que quiero es marcharme con Dios sin racismo».
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